¿Por qué Cuba debería pactar con los leones?

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Los sucesos de ayer en la Cumbre de las Américas, según algunos, son una manifestación de la incapacidad para el debate cívico y el diálogo respetuoso entre cubanos. Abandono de foros de debates, enfrentamientos y violencia entre bandos, insultos, gritos y empujones, parecen ser la demostración definitiva de que los cubanos, al fin y al cabo, no tienen una cultura para el debate y que la histórica división entre dos familias ha alcanzado niveles irreconciliables.

Entre un juicio y otro, entre un disparate y otro (alguien – en un delirio de demagogia – ha escrito que no importa si son del G2 o miembros de la CIA, al fin todos son cubanos con derechos a opinar), parece que pocos se han cuestionado realmente sobre lo que ha ocurrido y han pensado un solo momento en lo que Cuba debe soportar. No se trata del Gobierno de Cuba, cual autoridad política. No se trata del Estado cubano, cual poder de imperio. Se trata del pueblo cubano, cual millones de personas que viven en una Isla sometida a todo tipo de ataque. Tampoco es cuestión de ser de la vieja guardia y gritar al mercenarismo o tildar de asalariado y traidor a todo el que tenga un pensamiento distinto. Ni hay que volver a dar auge a viejas teorías de plaza sitiada. Pensar diferentemente, tener objetivos diferentes y buscar vías diferentes para alcanzarlos está en el legítimo y natural derecho de cada ser humano.

Sin embargo, los sucesos de Panamá poco tienen que ver con el respeto al pensamiento distinto. Son hechos que, a pesar de que se diga lo contrario, se considerarían completamente normales en otros contextos. Ningún francés se sentaría en una mesa con los verdugos o con los simpatizantes de los ataques a Charlie Hebdo. Ningún noruego querría escuchar las razones y entender las visiones distintas de Andres Behring Breivik. Ningún español aceptaría un diálogo con los que organizaron el atentado del 11-M. Ningún estadounidense diría que ser simpatizante de Bin Laden es una cuestión de conciencia que cabe en el respeto al pensamiento ajeno. Ningún judío consideraría que un neo-nazi merece respeto por su forma de ver y actuar. Y esto nos parecería natural. Hasta respaldaríamos a estas personas. Compartiríamos su dolor y su rabia. Nos solidarizaríamos con ellas en su atrincheramiento contra el terror y la violencia.

Entonces, ¿por qué los cubanos deberían sentarse en una mesa con los gorilas? ¿Por qué lo que sería un comportamiento natural en cualquier otra parte del mundo se convierte en un gesto de intolerancia si lo hacen los cubanos? ¿Por qué rechazar el diálogo con quienes apoyan el terror se considera – en este caso – una expresión de fanatismo? No se pacta con los terroristas. No se dialoga con sus patrocinadores. No se respetan a sus simpatizantes. No se honran a los que quieren machacar la soberanía y la independencia nacional. Esta es la más elemental ley de la convivencia pacífica entre hombres y mujeres. Los que ahora critican y se indignan frente a lo que pasó en la Cumbre deberían, sencillamente, preguntarse – o al menos explicar – por cuál absurda razón Cuba debería hacerse cordero y sentarse en la mesa para pactar con los leones.

(Tomado de Desde mi ínsula)

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